Nos duelen lugares que no sabíamos de su existencia. Nos sangran, vomitan, se abren y se cosen, pero todos suenan mal. Nos hacen acordarnos lo infelices que somos. La cobardía que nos rodea.
Nos convierten en hipocondríacos, quejosos. Dependientes de las drogas de venta libre. Drogadictos.
Deseamos que se esfumen, que nos dejen (como nos dejaron). Inevitablemente nos preguntamos por qué los merecemos. Y cuando se van por qué se han ido si todavía lloramos.
Y cuando no se sienten, inventamos los dolores. Nos agujereamos, nos tatuamos, nos pegamos, nos lastimamos o nos dejamos estar para que vuelvan. Porque si no somatizamos, no sentimos.
Con perforaciones nuevas.
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