lunes, octubre 31

Línea 92



Fue una de esas veces en que llegué a la parada y me estaba esperando el colectivo. Pasan dos hombres, el tercero me sede el lugar a subir antes que él. Tarjeta en mano, le descuento 1,20 pesos y busco un lugar entre toda la gente que estaba allí apretada.
Pensando en todo lo que me esperaba la semana que entraba, no quería que sea fin de semana pero sin duda de no resignar una despedida de solteros de sábado por la noche.
A mi derecha dos chicos jóvenes, sin duda estudiantes,  con sus mochilas, que en un tono alto de voz discutían. Discutían sobre política. Intensamente uno argumentaba, quería convencer a su compañero de viaje cuán indispensable es la voluntad humana para desarrollar cualquier sistema económico, social y político. Hoy, el capitalismo vigente.
Citaban a Smith, Rousseau y otros intelectuales que no podría transcribir su nombre en este momento.
Sin querer escuchar escuchaba cada palabra de ese debate. Mucha convicción. La gente disimulada ojeaba, algunos trataban de entender qué decían aquellos pasajeros, otros intolerantes suspiraban (vaya a saber qué se les cruzaba por la cabeza). Y éramos tres los que atentamente y sin disimular los escuchábamos, los mirábamos, asentábamos con la cabeza: nos compenetramos bastante.
Los otros dos, subieron en mi misma parada y resultó que más tarde se bajaron conmigo. Eran dos obreros, con sus herramientas, las manos desgastadas y típicas uñas desvastadas por tanto trabajo.
Llegó un momento en que el más  callado de la discusión frena a su compañero, le apoya la mano en el pecho y le dice casi gritando “decime qué es la voluntad humana, decime qué esa expresión tan ambigua a la que te estas refiriendo. Porque sin duda todo depende y requiere de voluntad. ¿Vos decís que tanto el feudalismo como el capitalismo se dio por la voluntad de la gente?...”
Todos callados. El locutor que defendía esa idea pensó dos segundos y lo retrucó. Momento mismo en que enfrente mió un obrero le expresa a su compañero “Eso es política” y sigue contándole que si él hubiera estudiado, hubiera estudiado para política. Ahí opte con escuchar la conversación de esos obreros y pausar por un momento la escucha de la discusión de los chicos. Y seguí escuchando: “Pero para político se nace… en cambio, para ser chorro no”, con una sonrisa y mirada cómplice, sabiendo que su compañero lo entendía perfectamente.
Ellos sabían que yo estaba ahí con ellos, reflexionando la misma situación vivida, haciendo conciente cada palabra que se decía y tratando de entender lo que no entendía. Los miré, les hice una mueca y uno de ellos me la devolvió.
Se creó un clima de reflexión. Los obreros se quedaron pensando y con un oído en la discusión sobre política que seguía ocurriendo en el colectivo. Hasta que finalmente el primero que había hablado confiesa “a mi la política me llevó preso” y se ríe, su amigo lo acompaña con la risa. A mi no me produjo ninguna gracia y de la voluntad humana, del obrero que quería ser político pasé a pensar en qué habrá hecho ese hombre para terminar preso. Qué acción política te puede llevar tras las rejas.
Me puse tras de ellos, les pregunté si bajaban en la próxima y nos bajamos juntos. No los volví a ver.  

Razones por las cuales me gusta vivir en Capital. Razones por las cuales me encanta viajar en medios de transporte público.


martes, octubre 11

Adolesce


Hoy me acordé que hace unos años me quería inscribir en la piel la frase de una publicidad: “que la vida me alcance para entenderla”. Tres años más tarde agradezco no haber respondido a esos impulsos de adolescente que adolece la vida y pretende encontrarle una respuesta a todo, como si las explicaciones del todo nos hicieran la vida “más fácil”.
 ¿Qué nos hace  creer que podemos llegar a entender algo para pensar que la vida se tiene que entender?
Nadie entiende nada por qué habría de entenderse la vida. Ni siquiera sé qué es la vida. ¿La muerte?
Me fui al carajo.
Despreocupate, que estoy muy convencida que cuanto menos se sabe menos se entienden las cosas y mejor se vive.
Yo opte por saber, entiendo poco y nada y no sé vivir.
El que cree entender esto, termina casado, dos hijos, casa grande, trabajo estable, auto confortable, cuatro celulares y un televisor en cada cuarto.
Me voy a tatuar unos pajaros, chau.

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