viernes, diciembre 4

“La carpa terminó siendo la representación contra el neoliberalismo”


En una entrevista con Sonia Rafael, secretaria general de Suteba-Campana, rememora la Carpa Blanca de la que participo los 1003 días que duró.

     Hace más de 17 años de la emblemática Carpa Blanca y una de sus protagonistas narra su experiencia con alegría y nostalgia al mismo tiempo. Por los años noventa Sonia Rafael era maestra y secretaria general del gremio Suteba en Campana. Actualmente, se encuentra en el mismo cargo y continúa la lucha docente.

La Carpa Blanca estuvo 1003 días instalada frente al Congreso de la Nación, desde 1997 hasta 1999, por la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) y los gremios de base. Los docentes instalados en ella y mediante una huelga de hambre reclamaban una ley de financiamiento educativo y la derogación de la Ley Federal  de Educación.

            Un 2 de abril, de la noche a la mañana 51 docentes que representaban todas las provincias del país alquilaron una carpa y comenzaron a hacer ayuno. Nunca pensaron que la protesta iba a durar tanto. Sonia afirma que se había pensado para una semana, “al principio se alquiló la carpa y después se tuvo que terminar comprando porque salía más barata comprarla que alquilarla, porque nunca se pensaba llegar a lo que se llegó”. Y cuando se le pregunta cómo se la logró mantener tantos días responde: “La carpa se puso con 51 docentes y después terminó siendo la representación de todo el país para todos los reclamos. Porque todos los que tenían que hacer reclamos terminaban yendo a la carpa. Fuimos los únicos, la CTERA y los gremios de base, que peleamos contra el neoliberalismo de esa época. Y la carpa terminó siendo la representación contra el neoliberalismo”.

La secretaria de Suteba no ayunaba pero estaba en la organización, “iba todo el día y ayudaba a los ayunantes con el tema de la dieta líquida, había que darle cada media hora distintos líquidos para que no se deshidrataran. También recibíamos a las visitas”, relata. La organización de la Carpa estaba dividida en diferentes roles: quienes trasladaban a los ayunantes a bañarse, los que les daban líquidos y la rotación de los huelguistas. Al principio se ayunaba entre  40 y 30 días pero a medida que la huelga se prolongaba y  muchos docentes viajaban de las provincias dejando a sus familias lejos pasaron a estar una semana sin comer sólidos.

El sistema educativo menemista

¿A qué debieron enfrentarse los trabajadores de la educación? “Debieron enfrentarse a las reformas que pretendían la imposición de un proyecto educativo contrario a la cultura y a los intereses y necesidades del pueblo, y la decisión política de reducir la inversión en educación”, responde Rafael. 

Había una ley federal de educación que prescribía la creación de un fondo de financiamiento proveniente del tributo directo cobrado a los sectores de mayor capacidad económica, que quedó sólo la categoría de prescripción a raíz de tres resoluciones tomadas por el gobierno de Menem: la eliminación del fondo de financiamiento, la transferencia a las provincias de la responsabilidad del financiamiento del sistema escolar y el recorte de la participación provincial de los recursos tributarios. Las escuelas a partir de 1994 quedaban a cargo de las provincias pero el recorte de la participación de los estados provinciales en los recursos tributarios pasó del 57% al 40% lo que agravó la crisis en el sistema educativo. “Este autoritarismo llevaron a que se piense en instalar la carpa”, señala Sonia. Y agrega,   “lo único que hizo el gobierno menemista durante el transcurso de los 1003 días fue distintas estrategias para desprestigiar y debilitar e intentar poner fin a la lucha.  Hasta
teníamos una cámara del gobierno que estaba permanentemente filmando desde un edificio de enfrente. Estaban filmando para ver si comían, a ver si podían agarrar a alguien comiendo y poder boicotear la protesta”. 
 
En la revista  La educación en nuestras manos nº 57 de CTERA, se señala que no sólo se pedía la derogación de la Ley Federal de Educación por el ajuste, el autoritarismo y el desfinanciamiento sino también por la “transformación educativa” que generaba reducción de salarios, modificaciones de planes de estudio, ajuste de plantas funcionales y cierre de escuelas, además de empobrecer el sistema educativo.
Es decir, la privatización de la educación en Argentina no generó menos que la exclusión de los chicos de las escuelas y el fomento de la pobreza. Y eso fue lo que sucedía fuera y dentro de la Carpa. 

Cristian Alarcón en su libro Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (2003) relata la vida de los pibes chorros en la década del 90. Adolescentes, como el “Frente Vital”, que deben abandonar la escuela consumidos por las drogas, el hambre, la delincuencia, el desempleo y la segregación social, echándole la culpa al dealer de sus injusticias frente a un estado que los niega. Vivían la violencia, expone Alarcón, “una calma que los agita”.
Cuadro de texto: La crisis en cifras
- La mayoría de los docentes ganaba entre $200 y $350 (la canasta era de $1000).
- El 14% de los chicos entre 5 y 17 años no iban a la escuela.
- Porcentaje de analfabetismo: 4% (en 1980 era del 5%).
- El 5,6% de los alumnos primarios repitió de grado. También el 8,4% de los secundarios.
- El 19,5% de la población tiene primaria incompleta y 18,9% tiene secundaria incompleta.
- Presupuesto educativo total: 10.452 millones (en 1992 era de 7.248 millones).

Revista Noticias, nº1063 del 10 de mayo de 1997.

Levantamiento de la carpa

Finalizada la presidencia de Menem asume De la Rua y la Carpa aún seguía instalada en la plaza. El 30 de diciembre de 1999  se decidió levantar la carpa  a través de un congreso porque los gremios docentes consideraron que se había cumplido el objetivo específico por la que había sido instalada.
En noviembre de 1998 el Congreso Nacional aprueba la Ley de Fondo de Incentivo docente y en diciembre el poder ejecutivo la promulga pero veta las cláusulas de garantía entonces CTERA anuncia que la Carpa seguiría hasta que todos los docentes del país cobren el Fondo de financiamiento, que hasta el día de hoy cobran. “En agosto del 99 fue que empezamos a cobrar el primer semestre del fondo de incentivo docente”, aclara Sonia. Y aunque el objetivo de la derogación de la Ley Federal de Educación no se haya logrado, argumenta “hubiera sido insostenible frente a la comunidad, a la opinión pública, a los medios de comunicación que brindaban un apoyo solidario e hicieron suya la lucha,  que aún habiéndose aprobado la Ley y logrando que la totalidad del fondo surgiera del presupuesto nacional, la carpa y el ayuno continuara porque también los demás tenían graves problemas. La carpa se levanta pero con el compromiso de que la lucha por la educación pública continua porque son muchos los problemas de la educación y había un compromiso con todos los docentes del país y todos los alumnos”.

Todavía quedan los resabios de aquellas políticas neoliberales en la educación. “Tenemos docentes muy grandes que no se pueden jubilar por aquella ley, porque es gente que estaba en nación y no se les pasó los fondos”, apunta Sonia, sin embargo, “hay gente que sigue apoyando, que todavía no entienda la función y la importancia de la Carpa para la sociedad.  La carpa es lo que llevó a que este hombre no pueda a volverse a presentar”.

IMPA: Lucha, trabajo y cultura


“Ocupar, resistir y producir”, es el slogan que utilizan los cooperativistas de la Industria Metalúrgica y Plástica Argentina ubicada en Almagro para reivindicar la resistencia que llevan adelante hace 16 años.

Desde la vereda de la calle Querandíes, una cortada que presenta el frente de la fábrica, se escucha el sonido constante de la máquina “Godzilla” funcionando, similar al golpe de un martillo contra metal. Al compás de los pasos va subiendo su volumen hasta llegar a su culmine frente al paredón con murales coloridos y cuatro puertas donde nada dejan ver qué hay allí dentro.
El edificio de cuatro pisos refleja el pasar de los años: las máquinas en desuso, chatarra apilada, columnas oxidadas, vidrios rotos. Parecería que la historia de la lucha escrita por sus trabajadores es la única capaz de lograr que todo se mantenga en pie.
La empresa productora de aluminio fue fundada en 1910 con capitales alemanes y fue objeto de políticas de todos los gobiernos desde ese entonces: el peronismo la nacionalizó, la “Revolución Libertadora” intervino la empresa,  Frondizi la transformó en una cooperativa llegando a convertirse  líder en el mercado y presidir la Cámara de la Industria del Aluminio en Argentina.
En la década del 90, la comisión directiva ejerció una política de vaciamiento que incrementó el endeudamiento, al punto de hacerlo impagable, y despidió a 140 trabajadores. Los capitales extranjeros, sedientos de estructuras edilicias y negocios financieros inmobiliarios, posaron sus ojos sobre la calle Querandíes, detrás de las vías del ferrocarril Sarmiento, para convertirlo en un shopping. Cuarenta  trabajadores decidieron dar pelea. La fábrica no había quedado exenta de las políticas neoliberales de la época y lo que comenzó con la lucha por el salario y las condiciones de trabajo rápidamente terminó perdiendo fuerza a raíz de la desocupación que se agravaba en todo el país. Y para sus trabajadores no pareció haber otra opción que tomar la fábrica y ponerla a producir.
 En mayo de 1998, con cuentas en rojo, sin luz, gas ni teléfono, los asociados ocuparon la fábrica, recuperaron sus fuentes laborales, desplazaron a los antiguos directivos, nombraron una nueva comisión y entablaron nuevos desafíos: crear un centro cultural y un bachillerato.
Todo el proceso de producción del aluminio que va de la fundición a la laminación para la elaboración de pomos para aerosoles y dentífricos, envoltorios de alfajores y bocaditos, y bandejas descartables, paso de estar a cargo de 40 compañeros a 130. Y de cobrar dos dólares por semana y obligarlos a que tengan que quedarse a dormir en la fábrica para hacer menos gasto se pasó a tener una jornada desde las 6 de la mañana hasta las 15.00 y con un salario igual en todos los trabajadores.

Centro cultural

Subiendo por una rampa aparece el salón que se usaba como depósito  y que hoy es el lugar donde se llevan a cabo las reuniones para todos aquellos que están adheridos a la cooperativa. Es el único lugar libre y de mayor espacio, con grandes ventanales que abarcan el largo de las paredes y atravesado por pasantes y columnas de metal que hacen de sostén de telas y trapecios. Sus paredes negras y las maderas apiladas son el lienzo de murales hechos en los talleres que se realizan luego de la jornada laboral.
Una vez en el salón se dejan de escuchar las herramientas chocando contra el aluminio para convertirse en los sonidos de las clases de percusión, de guitarra, canto,

acrobacia, yoga, tango. Y así, de un lado del edificio trabajadores de la metalúrgica, del otro, trabajadores de la  cultura.
Eduardo Murua, trabajador de la fábrica, comentó que un año después de ser tomada la fábrica y con el desamparo gubernamental, sindical y jurídico, quisieros abrirse a la comunidad, no les importaba sólo el tema de la producción, “no queríamos imponer el discurso único de ese momento, el de la globalización, así que pensamos en armar una fábrica de ideas lo que terminó siendo el Centro Cultural La Fábrica”.
Su objetivo, agregaba Murua, no sólo estaba puesto en la necesidad de formar un mensaje alternativo desde la fábrica sino de generar un “paraguas” por si el poder quería desalojarlos y que no puedan tener excusas para sacarle la fuente de trabajo.

Escuela cooperativa

En el 2004 dentro de la fábrica se abrió el primer bachillerato para jóvenes y adultos con orientación en cooperativismo y microemprendimientos en base al proyecto de un grupo de docentes de la Universidad de Buenos Aires.
Para llegar a las aulas hay que pasar por un garaje con un camión cargado las materias primas y bordear una sala de máquinas. Son tres pisos por escalera, con paredes blancas y aberturas rojas. Arriba de todo parece otro mundo: el bullicio de las herramientas, el sonido de los instrumentos y el olor a pegamento se extinguen.
En el aula no hay pupitres sino mesas de madera con pintura nueva, negra y brillante, donde caben cinco o seis personas de diferentes edades, entre ellos trabajadores y jóvenes del barrio. Pizarrones grandes con pintura negra percudida con tiza y sillas de todos los estilos y colores completan el ambiente.
Los días de clase merodean los pasillos angostos adolescentes que abandonaron el secundario y  adultos excluidos del sistema educativo. La cooperativa IMPA no sólo buscó integrar un sector excluido a la educación pública sino lograr que la escuela sea una organización y lugar de formación integral, para que quienes estudian tengan protagonismo en la organización de su comunidad, lejos de brindar un servicio o asistencialismo.

La excepción a la regla

En la novela Vivir Afuera (1998) de Fogwill, el personaje Wolf le reprocha en un momento a otro personaje: “¿Sabés lo que me jode realmente de vos? (…) Eso que me decís que no te importa si lo que te dicen es cierto o mentira. Eso jode de vos. Quiere decir que no te tomas nada en serio”. Fragmento que refleja la actitud de la generación que vivía los noventa: mirando televisión, consumiendo drogas, sobreviviendo en el trabajo y atravesada por la lógica del consumo. Esa era la otra realidad fuera de la fábrica. Parecería que IMPA fue la primera fábrica recuperada del país porque eran momentos difíciles de creer en ideologías, generar cultura  y pretender otro discurso que no ofreciera el primer mundo. Pero cuarenta trabajadores pudieron resistir a todo ello y pelear por lo que era suyo y, como si ello fuera poco, tomaron el desafío de ofrecer otro discurso que incluyera a la educación y a la cultura, relegadas en las políticas de la época.
Aún finalizada la crisis del modelo neoliberal, IMPA sigue luchando por la expropiación definitiva de la fábrica. A pesar de los acreedores que aparecen para llenarse los bolsillos, de un estado que se desentiende de la causa, una justicia que ordena el desalojo de “la empresa” y la persecución política de los trabajadores creándoles causas penales, la fábrica resiste haciendo cultura, educando y produciendo.

Hijos de la convertibilidad



Hace veinte años de aquella adecuación del estatuto docente en la provincia de Río Negro y la aplicación posterior de la Ley de Emergencia Económica que trajo aparejada la destrucción de los salarios docentes. 


En diciembre de 1994, con tal sólo cuatro años de edad, pasé días enteros en filas del banco provincial. Éramos decenas de hijos de la convertibilidad corriendo y trepando las columnas del edificio que por aquel entonces quedaba en pleno centro roquense: Avenida Roca y Canalito. Se amanecía muy temprano, preparábamos la mochila con las galletitas que iban alimentarnos durante toda la jordana de espera para que nuestros papás puedan cobrar el sueldo de septiembre (con tres meses de demora). Como el día se hacia largo, a todos los chicos nos llevaban a una escuela pública que quedaba al lado del banco, aprovechando que uno de los profesores de educación física daba una clase de iniciación deportiva y ahí, arriba de la viga, de colchonetas y entre pelotas, llenábamos las horas de espera. 


El banco, con una arquitectura similar a la de cualquier edificio de Clorindo Testa, tenia escaleras de metal enormes (o así parecían teniendo un metro de altura),  túneles que imaginábamos a dónde nos podían llevar, columnas con agujeros que fueron parte del juego “quién llega más alto” y las primeras puertas giratorias de la ciudad custodiadas por policías.

Todavía no eran las vacaciones de verano, sin embargo, los días que llegaba la plata al banco, aunque esta podía haber sido robada del tesoro nacional por el gobernador Massaccesi, los docentes faltaban a trabajar para hacer esas interminables filas con el recibo de sueldo en mano que notificaba una reducción del 10% del salario por emergencia económica y el impago de la antigüedad. Dicha situación era acompañada por paros, reclamos y movilizaciones pero la respuesta del gobierno en forma de documento era: “Lo que planteamos es una estructura salarial que tenga un componente básico, un componente por antigüedad (no tan significativo como el actual) y que la masa salarial excedente se distribuya a través de un componente por capacitación y un componente por calificación” y punto. 


Dos años después empezaba primer grado, los problemas no cesaban y la lucha docente se acrecentaba ya que el ministro de educación Roberto Rulli buscaba acelerar la contrarreforma educativa en la provincia, reforma que no tenía otra finalidad que el achique y el disciplinamiento. 


Un día en el aula la maestra Nelly me preguntó:

— ¿Qué queres ser cuando seas grande? ­­

Contadora privada — respondí muy convincente.

¿No será contadora pública? — me preguntó Nelly con intención de corregirme.

   No, privada porque a los públicos les pagan poco.

martes, junio 3

Escritores de libertad



De preso, a persona en prisión



Cuando entramos a destiempo al aula 301 nos esperaba un hombre de perfil descontracturado con su corte de pelo moderno pero contrastado con una camisa y jeans que mostraban un formalismo tal vez exagerado para la primera impresión. Acostumbrados a tener enfrente letrados y pensadores, con una autoridad abalada por la universidad y una pila de títulos sobre su escritorio y curriculums llenos de experiencia, nos sorprendimos al encontrarnos que en esa ocasión un preso era quien venía a intervenir la clase.

“La cárcel es la continuidad social”, es la frase que resume perfectamente la charla que un miércoles en una clase de la facultad de Sociales, en un aula con paredes de durlock, y con treinta alumnos expectantes dio Yair Biela. Un artística plástico, escritor y miembro de la cooperativa En Los Bordes Andando, que ese día fue la voz de aquellas personas que están en prisión como él estuvo, que viven debajo de los puentes, sin tener acceso a la educación ni al trabajo pero que con voluntad y una oportunidad hoy son parte de la revista “ELBA, textos desde la cárcel”.

Yair  dejó de llamarse preso para definirse como una persona que estuvo en prisión, porque con el tiempo entendió que el hecho de haber cometido un delito no le debía quitar la posibilidad de crecer, aprender y trabajar, menos la de tener un lugar para descubrir su vocación de artística y escritor. Y ese mensaje venía a dejarnos a nosotros, con su voz enérgica y con convicción, nos pidió que nos desaprovecháramos el lugar que teníamos como futuros comunicólogos.

Con orgullo, habiendo superado los obstáculos de la calle y de la cárcel, expresaba el salto cualitativo que significó dejar de ser preso de su falta de lenguaje a partir del momento en que tuvo la oportunidad de estudiar.



Revista ELBA



Dos semanas más tarde despojados de varios prejuicios y con la mente abierta a conocer la experiencia de los que participaron de la revista, fuimos a la presentación de la número 7. La cita fue en Centro Cultural de la Cooperación, en plena calle Corrientes de la Ciudad, bajo un contexto contradictorio, conformado por esas discordancias paradójicas de las que estamos rodeados: afuera las marquesinas de las revistas de teatro con mujeres semi-desnudas que se sienten libres con poca ropa y adentro aquellas que hace meses, años vivían (o viven) entre cuatro paredes, privadas de su libertad y con la única posibilidad de un taller de pensamiento y expresión, del cual, a través de la escritura, encontraron la libertad que no hallaron ni siquiera afuera.

Con un tercer piso colmado de estudiantes, familiares, artistas, conocidos y amigos, buscaba entre los hombros de los que me rodeaban a los escritores de ELBA. Involuntariamente buscaba las llantas, los equipos deportivos, la gorra o algún policía. Nunca los encontré. Nadie dentro del salón respondía al arquetipo “la clase que va a la cárcel”. En el momento de incertidumbre rodeada de una prolijidad metódica y pulcra,  sin nadie que pudiera sobresaltar, recordé a mi compañera de clase en aquella charla con Yair:

— ¿Y va a ver policías en la presentación? — Preguntó curiosa por saber si las personas iban a estar custodiados en su salida transitoria.

— ¿Vos me tenes miedo a mi? — Contestó Yair.

Miedo a conocer gente privada de libertad no era, era miedo a lo desconocido. Y sin embargo, lo desconocido resultó ser un grupo de personas con camisa y uñas esculpidas, con ganas de contar sus pasiones, aprovechando la oportunidad que les daba ELBA.

Primero Silvina Prieto, luego Yair, Mónica, Leandro Jara, Susana y, por último, Miguel Galeano desde un teléfono desde la cárcel, fueron los protagonistas del evento que les cambió la vida, lo que se reflejó en las lágrimas, nervios, sudor y las voces entrecortadas que caracterizaron sus discursos cuando se apropiaron del micrófono para hacer su intervención del otro lado de la mesa larga que hacía de escenario.

Cuando contaron su historia de vida y cómo la palabra fue una práctica de la libertad, expresión de resistencia a esos cuatro muros, los desconocidos se convirtieron en madres, esposas, amigos, tíos y hermanos. Con el pasar de los minutos y las palabras, cada detalle del salón comenzaba recobrar sentido: las fotos que decoraban uno de los rincones en colores sepia y blanco y negro estaban para homenajear el camino construido por ELBA como “miradas sobre el encierro”; los que conformaban el público ya no eran extraños, eran los esposos, los fotógrafos, los profesores, los amigos y los compañeros de la cooperativa;  los textos de la revista pasaron a estar atravesados por identidades; las dispositivas proyectadas a sus espaldas eran los artistas participando de los talleres de Ezeiza y Marcos Paz; las canciones que sonaron al principio eran de ellos; y Luis Sanjurgo, director y editor responsable, había dejado de ser sólo un profesor para convertirse en “San Jurgo” o el “Sensei”.





Privados de la libertad



En la Argentina hay 62.263 personas en la cárcel, de los cuales la mitad están procesados y no condenados. Según estadísticas sobre el nivel de instrucción, sólo el 27% de ellos tiene el primario completo y alrededor de 4 mil personas no tuvieron ningún acceso a la educación. Sólo 220 personas en prisión tienen el nivel universitario completo. Por ende, la mitad de la totalidad de ellos no tienen trabajo remunerado o son desocupados ya que no tienen oficio ni profesión. Si bien un tercio tienen condena por robo o por tentativa de robo únicamente, una vez en la cárcel, 29.574 personas no participan de programas educativos[1]. Entonces vale preguntarnos: Dentro de la cárcel ¿hay un proceso de reflexión? Las personas que van a la cárcel ¿tienen en el futuro posibilidades de reinserción social?

Las palabras que circularon en la presentación del número 7 de ELBA durante las casi dos horas de duración, indagaron sobre las respuestas a estos interrogantes.






[1] Informe Nacional y Provincial del Sistema Nacional de Estadísticas sobre ejecución de la pena (SNEEP). Elaborado por la Dirección Nacional de Política Criminal en Materia de Justicia y Legislación Penal en diciembre de 2012.

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