miércoles, octubre 27

Cigarrillo

Camina tomando el rol de acompañante. No sabe el destino por eso lo toma del brazo para sentirse más segura, seguirlo y evitar todo contacto visual de hombres obsequiosos con las mujeres. Alrededor de quince cuadras más tarde pone sus manos en los bolsillos de la campera imitación cuero que tenía hace un par de meses, porque él decide fumar. Nunca va a saber si lo hizo para soltarle la mano o porque realmente tenía ansiedad de tabaco. Como si por su cabeza no estarían combatiendo esas ideas para quedarse una, siguen caminando. Llegan, llegan a ese lugar que alguna vez había pisado de noche con luces oscuras pero hoy tenía oportunidad de verlo encendido, conocer cada uno de sus rincones y haciéndose la puntillosa examinó cada uno de sus detalles. 
No se escuchaba, si quiera presentía ringtones pero, por alguna razón, él no se desprendía de ese aparato que lo tele transportaba a sus más ínfimos aires de furia porque, se ve, que no le decían cosas de su agrado. Para evitar un disgusto con ella también, se sentó en la silla más cercana a esperar que pasara esa ráfaga de aires de exaltación. Un tiempo después, no fue capaz de controlar el tiempo, ella se paró para irse. Tenía que irse, había llegado su momento. Una vez más no se iba a animar a preguntarle nada de lo que venía practicando hacía semanas en la ducha. Con el tamaño de una nuez de Adán algo le interfería en la garganta y no podía decirlo. Con ese miedo que le provocaba que por acto fallido diga cualquier cosa no practicada en el baño, sólo atinó a agarrar sus cosas de la barra y pedirle cigarrillos. Sin aires excepto por los de bondad él accedió alegremente a brindarle más de los que necesita una persona que va a viajar en colectivo de ahí a su casa. Alrededor de cuatro creyó convenientes pero ella sólo acepto dos (uno para cada parada). Prendió el primero ahí adentro porque no era casualidad que siempre olvidase su encendedor en la casa de él. Tomaron el camino hacia la puerta y se prepararon para la despedida. Las últimas palabras van a dar cierre al encuentro y una buena conclusión puede reparar todo lo malo del texto como todo lo que ocurrió. Pero ése no iba a ser un buen cierre, iba a ser de los habituales sin sorpresas ni palabras de más. Beso y caminata a tomar el colectivo más cercano.
Solamente se escuchaban sus tacos sobre las baldosas rotas y cómo se quemaba el papel del cigarrillo. Toma el colectivo instantáneamente, obvia toda gentileza y roba asiento a una señora mayor, se agrega sus auriculares en los oídos y veinte minutos más tarde (ya podía contar el tiempo) llega. Se sentía abatida por el fracaso que había sumado a su persona. Ese que ya era repetido pero que volvía a cometer: no poder hablar en los momentos justos. Así que decide tomar otro transporte que la acerque algo más a su casa. En la dulce espera pide a un hombre fuego para terminar con sus cigarrillos y fumar el último de la noche. Se le vuelve bastante difícil terminarlo porque las ráfagas de aire le penetraban la cintura y la hacían temblar. En las últimas pitadas lo único que anhelaba era poner nuevamente sus manos en los bolsillos. La más larga de las inhalaciones concluyeron en un cigarrillo que arrojó ingenuamente al cordón de la vereda para que éste rebotase y cayera en un hilo de agua con correntada. Así como tocó el agua se apagó y comenzó a seguir el agua, la siguió sin saber el destino y se aferró a ella. Y ella quiso más que nunca ser esa colilla para seguir un camino sin destino y aferrarse a alguien que no le preguntara si pasaba algo.






Sofía dice: Sabrán que no soy devota de la narración pero esta historia me dejó bastante conmocionada y tuve que transcribirla. 

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