De preso, a
persona en prisión
Cuando entramos a destiempo al aula 301 nos
esperaba un hombre de perfil descontracturado con su corte de pelo moderno pero
contrastado con una camisa y jeans que mostraban un formalismo tal vez exagerado
para la primera impresión. Acostumbrados a tener enfrente letrados y
pensadores, con una autoridad abalada por la universidad y una pila de títulos
sobre su escritorio y curriculums llenos de experiencia, nos sorprendimos al
encontrarnos que en esa ocasión un preso era quien venía a intervenir la clase.
“La cárcel es la continuidad social”, es la
frase que resume perfectamente la charla que un miércoles en una clase de la
facultad de Sociales, en un aula con paredes de durlock, y con treinta alumnos
expectantes dio Yair Biela. Un artística plástico, escritor y miembro de la
cooperativa En Los Bordes Andando, que ese día fue la voz de aquellas personas
que están en prisión como él estuvo, que viven debajo de los puentes, sin tener
acceso a la educación ni al trabajo pero que con voluntad y una oportunidad hoy
son parte de la revista “ELBA, textos desde la cárcel”.
Yair dejó de llamarse preso para definirse como una
persona que estuvo en prisión, porque con el tiempo entendió que el hecho de
haber cometido un delito no le debía quitar la posibilidad de crecer, aprender
y trabajar, menos la de tener un lugar para descubrir su vocación de artística y
escritor. Y ese mensaje venía a dejarnos a nosotros, con su voz enérgica y con
convicción, nos pidió que nos desaprovecháramos el lugar que teníamos como
futuros comunicólogos.
Con orgullo, habiendo superado los
obstáculos de la calle y de la cárcel, expresaba el salto cualitativo que
significó dejar de ser preso de su falta de lenguaje a partir del momento en que
tuvo la oportunidad de estudiar.
Revista ELBA
Dos semanas más tarde despojados de varios
prejuicios y con la mente abierta a conocer la experiencia de los que
participaron de la revista, fuimos a la presentación de la número 7. La cita
fue en Centro Cultural de la Cooperación, en plena calle Corrientes de la
Ciudad, bajo un contexto contradictorio, conformado por esas discordancias
paradójicas de las que estamos rodeados: afuera las marquesinas de las revistas
de teatro con mujeres semi-desnudas que se sienten libres con poca ropa y
adentro aquellas que hace meses, años vivían (o viven) entre cuatro paredes,
privadas de su libertad y con la única posibilidad de un taller de pensamiento
y expresión, del cual, a través de la escritura, encontraron la libertad que no
hallaron ni siquiera afuera.
Con un tercer piso colmado de estudiantes, familiares,
artistas, conocidos y amigos, buscaba entre los hombros de los que me rodeaban
a los escritores de ELBA. Involuntariamente buscaba las llantas, los equipos deportivos,
la gorra o algún policía. Nunca los encontré. Nadie dentro del salón respondía
al arquetipo “la clase que va a la cárcel”. En el momento de incertidumbre rodeada
de una prolijidad metódica y pulcra, sin
nadie que pudiera sobresaltar, recordé a mi compañera de clase en aquella
charla con Yair:
— ¿Y va a ver policías en la
presentación? — Preguntó
curiosa por saber si las personas iban a estar custodiados en su salida
transitoria.
— ¿Vos me tenes miedo a mi? — Contestó Yair.
Miedo a conocer gente privada de libertad no
era, era miedo a lo desconocido. Y sin embargo, lo desconocido resultó ser un
grupo de personas con camisa y uñas esculpidas, con ganas de contar sus
pasiones, aprovechando la oportunidad que les daba ELBA.
Primero Silvina Prieto, luego Yair, Mónica, Leandro
Jara, Susana y, por último, Miguel Galeano desde un teléfono desde la cárcel, fueron
los protagonistas del evento que les cambió la vida, lo que se reflejó en las
lágrimas, nervios, sudor y las voces entrecortadas que caracterizaron sus
discursos cuando se apropiaron del micrófono para hacer su intervención del
otro lado de la mesa larga que hacía de escenario.
Cuando contaron su historia de vida y cómo
la palabra fue una práctica de la libertad, expresión de resistencia a esos
cuatro muros, los desconocidos se convirtieron en madres, esposas, amigos, tíos
y hermanos. Con el pasar de los minutos y las palabras, cada detalle del salón
comenzaba recobrar sentido: las fotos que decoraban uno de los rincones en
colores sepia y blanco y negro estaban para homenajear el camino construido por
ELBA como “miradas sobre el encierro”; los que conformaban el público ya no
eran extraños, eran los esposos, los fotógrafos, los profesores, los amigos y
los compañeros de la cooperativa; los
textos de la revista pasaron a estar atravesados por identidades; las
dispositivas proyectadas a sus espaldas eran los artistas participando de los
talleres de Ezeiza y Marcos Paz; las canciones que sonaron al principio eran de
ellos; y Luis Sanjurgo, director y editor responsable, había dejado de ser sólo
un profesor para convertirse en “San Jurgo” o el “Sensei”.
Privados de la libertad
En la Argentina hay 62.263 personas en la
cárcel, de los cuales la mitad están procesados y no condenados. Según
estadísticas sobre el nivel de instrucción, sólo el 27% de ellos tiene el
primario completo y alrededor de 4 mil personas no tuvieron ningún acceso a la
educación. Sólo 220 personas en prisión tienen el nivel universitario completo.
Por ende, la mitad de la totalidad de ellos no tienen trabajo remunerado o son
desocupados ya que no tienen oficio ni profesión. Si bien un tercio tienen
condena por robo o por tentativa de robo únicamente, una vez en la cárcel,
29.574 personas no participan de programas educativos[1].
Entonces vale preguntarnos: Dentro de la cárcel ¿hay un proceso de reflexión? Las
personas que van a la cárcel ¿tienen en el futuro posibilidades de reinserción
social?
Las palabras que circularon en la
presentación del número 7 de ELBA durante las casi dos horas de duración,
indagaron sobre las respuestas a estos interrogantes.
[1]
Informe Nacional y Provincial del Sistema Nacional de Estadísticas sobre
ejecución de la pena (SNEEP). Elaborado por la Dirección Nacional de Política
Criminal en Materia de Justicia y Legislación Penal en diciembre de 2012.