Por H o por B, siempre
termino hablando de mí. Sólo sé escribir sobre mí. En primera persona, en
presente.
Me siento, flexiono la
rodilla, subo la pierna y apoyo el pie en la silla, arrimando mi talón contra
la parte de atrás de la pierna. La otra pierna, muerta, a su costado, sintiendo
el frío y algunas migas de semanas en el piso. Me acomodo el pantalón para que
el rollo que se me formó hace tres años en la panza quede ahí adentro y no se
estruja contra el elástico. Levanto las manos, las froto entre ellas, pispeo si hay alguna uña que creció en
los últimos minutos para volverla a su situación normal. Prendo un cigarrillo,
lo dejo apoyado a mi izquierda en el cenicero blanco de cinco pesos o robado de
algún bar.
Configuro la página en
blanco, hago dos pitadas, exhalo el humo. Pongo música. Recorro las carpetas
con la flecha hasta que algún tema se asemeje a la situación. Sacudo el
cigarrillo, caen los restos de ceniza. Me rasco las rodillas, síntoma de que
son las doce de la noche pasadas y mi
cuerpo pide recostarse.
Maximizo la hoja en
blanco, la miro, inspecciono que todo esté en condiciones de empezar y arranco…
Escribo dos palabras:
“Soy”, “Yo”. Otra vez lo mismo, las borro porque sé que frase se avecina. Está
mi rodilla, mis manos una arriba de la otra y mi mentón arriba de todo eso,
mirando una A4 en blanco.
Se me cruzan ocho
personas por la cabeza de las cuales no tengo ganas de escribir, no quiero
darme explicaciones de por qué aparecen en mis pensamientos en este momento.
Nuevamente: mi rótula,
mano derecha, mano izquierda y, ahora, el cachete encima. Me doy cuenta que me comprimí
la herida en el índice izquierdo que un tiempo antes me hice con el pela papas
por hablar con mi compañera de departamento. Tres horas después del hecho atina
a sangrar.
“Por H o por B”, sí, por
esas razones siempre escribo de mí. Me parece muy válido, acertado. No dice ni
soy ni yo, aunque después diga “mí” pero hay un por qué de eso, y es H o es B.
Son mi mamá o mi papá, mis amigas o amigos, mi hermano o mis primos, mis
abuelos o mi tía, mis compañeras del colegio o María. Es H y B. Cambiaria la
“o” por “y”, porque son dos razones, aunque podría poner más letras pero
volvería a hablar de mi, echándome la culpa de por qué siempre termino haciendo
lo mismo. Sí, soy la que me equivoco, ya lo sé, pero también por H y B. Son
todas esas cosas las que me hacen escribir sobre mí. Porque le pagué un año
entero a una señora para que me pregunte qué me pasaba y no se dignó a hacerlo.
Por eso estoy acá. Porque ya no vivo con mis padres, porque perdí a mi hermano,
porque mis amigas ya no son mis amigas, ya no hablo con mis compañeras, con
María nunca hablé.
Y sin querer, estoy
hablando de esas ocho primeras personas que se me cruzaron por la cabeza y no
quise nombrar. Ahora mezcladas con otras que se escribieron en la hoja que tiene
toda su carilla repleta de verbos en primera persona y concluye diciendo:
entiendo a los demás si siempre hablo de mí.